Cambio Climático

Aunque la mayoría de las voces autorizadas coincidan en que se están produciendo importantes transformaciones en el clima de la Tierra y que éstas tienen su origen fundamentalmente en la actividad humana, periódicamente aparecen estudios, algunos de los cuales con cierto grado de solvencia, que si no niegan el cambio climático, por lo menos plantean un escenario mucho menos pesimista, en el que la responsabilidad humana es poco menos que insignificante.

Sin embargo el hecho de que haya estudios que pongan en duda, cuando no nieguen, la influencia de la actividad humana sobre el clima no debe hacernos pensar que aquellos otros trabajos que defienden posturas contrarias deban de gozar de menor crédito. En realidad nos desenvolvemos en un contexto definido por la incertidumbre y por lo tanto de momento no podemos alcanzar la certeza plena ni en un sentido ni en el otro y dependiendo de a quién nos arrimemos nos proveeremos de argumentos a favor de una u otra corriente.

Ahora bien, la falta de consenso y la existencia de argumentos válidos para apoyar o negar la influencia del aumento del CO2 de origen antropogénico en los cambios que se están produciendo en el clima no debe en ningún caso constituir excusa o coartada para descuidar la atención sobre nuestro planeta, porque con independencia de que suba la temperatura del mismo en mayor o menor medida y de cuál sea la razón de dicho incremento, las agresiones que está llevando a cabo el ser humano sobre su entorno están provocando ya daños muy graves y en no pocas ocasiones irreversibles.

De lo que no cabe duda es de que como consecuencia de la presión humana directa o través de los diferentes tipos de contaminación a ella atribuible se está reduciendo notablemente la biodiversidad y de que hemos perdido ya para siempre especies de fauna y flora que con independencia de su derecho intrínseco a existir, su desaparición nos va  privar de innumerables recursos tanto económicos como  terapéuticos.

Tampoco se pone en tela de juicio que la contaminación lleva afectando a la salud humana desde hace siglos y muy especialmente en las últimas décadas, influyendo tanto sobre la calidad como sobre la propia esperanza de vida. De todos es conocido el incremento producido en las sociedades modernas de las enfermedades respiratorias y las patologías alérgicas.

También son evidentes los daños económicos derivados de la polución que dejan yermas e improductivas grandes extensiones de tierra y enormes masas de agua. Este fue el caso de la lluvia ácida que asoló vastas regiones del Este europeo en el último tercio del siglo XX. Es cierto que en este caso no fue el responsable el CO2,  pero esto nos debe hacer reflexionar sobre nuestra obsesión por un gas que si bien influye sobre la temperatura de la Tierra, no es tóxico y sin embargo nos despreocupamos de otros de por sí altamente nocivos.

Así mismo y con independencia de los efectos derivados de la emisión de CO2 y otros contaminantes hemos de ser conscientes de que a la vez que lanzamos a la atmósfera estos gases, estamos haciendo uso muchas veces de recursos fósiles generados a lo largo de millones de años, que podrían ser vitales para cubrir necesidades futuras pero que de manera irresponsable estamos destinando a la mera combustión.

Pero además de los perjuicios antes mencionados, más o menos cuantificables desde un punto de vista económico, la actividad humana está actuando sobre intangibles como el paisaje que contribuyen a nuestro descanso y solaz a la vez que constituyen indicadores de la salud de la Tierra, porque cuando desaparece un paisaje tradicional se rompe un equilibrio acrisolado a lo largo de la historia, pudiendo por ejemplo haber desaparecido el suelo que lo sustentaba con las consecuencias implacables que esto supone en relación con los recursos hídricos y la vida que ambos sustentan.

En fin, siempre ha habido cambio climático y en buena medida éste ha sido debido al CO2 sin cuya contribución la temperatura de la Tierra no sería apta para albergar la vida al menos como la conocemos hoy en día. Por otra parte de todos es conocido la existencia de sucesivos períodos glaciares y que en períodos históricos relativamente recientes como la Edad Media el clima europeo era mucho más benigno de lo que es en la actualidad o que en el siglo XVIII se produjo una “mini glaciación”, sin embargo el que pueda haber indicios de que las modificaciones climáticas actuales inducidas o no por el hombre no sean de la magnitud que en principio se pudo estimar no debe servir en modo alguno para que sigamos derrochando unos recursos evidentemente escasos y además nos resignemos a vivir en un entorno hostil, degradado e insalubre.

Autor: Fernando Nájera, Director del Master Profesional en Ingeniería Medioambiental de EOI

Fuente: http://blogs.elpais.com/green-jobs/2012/10/cambio-clim%C3%A1tico.html

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